La villa de San Pedro Manrique tiene en la vida de sus antiguas tradiciones la permanencia constante de lo que, pasado vive y se remoza cada año, y en esta sucesión renovada, queremos y debemos decir que ha conservado su independencia de antigüedad por sus esencias de origen celtibérico. San Pedro fue, sin duda, en un tiempo atalaya de Castilla sobre zonas peligrosas de frontera.



Las ruinas del castillo, en lo alto, al norte, nos hablan de su vieja significación estratégica. Un recinto amurallado se extiende bajo aquel, hacia mediodía. En su interior quedan casi todas las casas, y cuando menos el solar de las antiguas iglesias de Santa María, San Juan, San Miguel, San Martín y Santo Tomás.



 Las calles son estrechas, empinadas en gran parte, y hay en ellas bastantes casas con voladizos y entramados, de las que se hacían en los siglos XVI y XVII, para los usos comerciales con frecuencia, comunes en otras partes de Castilla. Más bajo del pueblo corre el río, donde en otro tiempo había dos batanes y varios molinos harineros.



No lejos del cauce del río Linares, que cruza la villa, se encuentran los muros atrevidos del castillo de San Pedro El Viejo, junto al que hubo un monasterio de caballeros del Temple. Desaparecieron las otras torres de  San  Miguel  y San Juan, ésta última de traza morisca.   

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